Master of the lamps es uno de esos juegos que pasan desapercibidos a ojos de la mayoría del gran público y posiblemente es justo que sea así. Sin embargo, para los agraciados jugones que pudimos apreciarlo en su momento, este se ha convertido en un gran desconocido que merece ser recordado y reivindicado.
Publicado por Activision en 1985 y programado por Peter Kaminski, contó con la fantástica obra de Russell Lieblich, que nos brindó una partitura inolvidable. Fueron sus melodías sonando a lo largo de la partida las que nos cautivaron, convirtiendo lo que era una obra menor en un pieza de culto.
El juego estaba pensado en sus inicios para ser publicado en el sistema Intellivision, pero no dio tiempo a ello y finalmente se adaptó para Commodore 64, cuya elección es probable que se decidiera en función de sus cualidades musicales. Según Lieblich, que compaginó la función de compositor con la de diseñador, el propósito era crear un paisaje de sonido digital con el que experimentar la relación color-sonido, teniendo en mente en todo momento los límites del medio en el que intentaron plasmarlo.
El planteamiento del juego es muy sencillo, tanto que en su momento se llegó a criticar el hecho de pagar 10.99 libras a cambio de un juego con únicamente dos escenarios y dos acciones a realizar. ¡Pero si es un Simon con música!, proclamaban. Evidentemente, visto así podían tener parte de razón, pero entonces caeríamos en el error de no ir más allá de la apariencia, de no profundizar en su jugabilidad. Y desde luego, había mucho más…
Tras la muerte del Sultán, tres poderosos genios escaparon de la prisión en que se convirtieron sus lámparas mágicas, amenazando el futuro reinado del joven príncipe heredero. La única manera de recuperar el poder y mostrarse digno de tal honor era enviar a los genios de vuelta a su prisión y restaurar la paz en el reino. Y aquí entramos nosotros, cuando con nuestra templanza y valor debemos recuperar las siete piezas que completan cada una de las tres lámparas atravesando los veintiún niveles del juego.
El punto verdaderamente sobresaliente del juego es la música. Es imposible pensar en este juego sin que nos venga a la mente alguna de las siete melodías que adornan los vuelos por el espacio o el grave sonido del gong al ser golpeado por nuestro mazo. La variedad de ritmos e instrumentos envuelven el escenario en una atmosfera mágica y nos transportan al maravilloso reino árabe del príncipe. Russell Lieblich tuvo una obra prolífica como compositor de videojuegos , componiendo la música de por ejemplo Little Computer people o Aliens, también para Activision, pero fue con este que nos entregó su mejor obra.
Master of the lamps no pasará a la historia del software, desde luego, pero aún es recordado por los que en su momento disfrutamos de la magia que desprendía en nuestro Commodore 64 al cargarlo. Poco variado y algo repetitivo, tal vez, pero lo que no es ni será en ningún momento es aburrido. Aún estas a tiempo para descubrirlo, así que siéntate ante el ordenador y despega sobre tu mágica alfombra voladora rumbo a la fantasia.
Zona48k